Breve ensayo sobre la felicidad

May your choices reflect your hopes, not your fears.
— Nelson Mandela.

Me gusta pensar que todo en esta vida es temporal. Tanto las malas rachas como los días de gloria. Aunque he de aceptar que la idea de que absolutamente todo tiene fecha de caducidad también me pone los pelos de punta. Me he sorprendido pensando en las despedidas antes que los encuentros, incluso augurándolas, convocándolas como se hace con los malos espíritus.

Estos pensamientos ominosos han generado un efecto extraño en mí. Lejos de imprimirme una desmotivación indeleble, me han llevado a hacerme un montón de preguntas acerca de la felicidad y su posible duración. 

¿Qué es la felicidad? ¿Cuál es nuestra percepción acerca de ésta?

La RAE define la felicidad como un “estado de grata satisfacción espiritual y física”. Pero nosotros la conocemos como ese instante en el que nuestros labios se estiran en una sonrisa, o cuando sentimos mariposas en el estómago o cuando salimos temprano de la oficina. Lo cierto es que sabemos de sobra cómo debería lucir la felicidad pero aunque nos pasemos la vida buscándola, pocos de nosotros logramos experimentarla en periodos duraderos o incluso perpetuos.

Para ser feliz no hay que seguir los pasos de Matthieu Ricard –a quien se le conoce por ser “el hombre más feliz de la tierra”– o convertirnos en monjes tibetanos, pero sí podemos retomar algunas de sus valiosas lecciones de vida. Ricard asevera que lo que más lo ha hecho feliz es el altruismo, la solidaridad y la benevolencia. Todo se resume a dejar de pensar tanto en nosotros y en ser mejor para los demás, con la intención de crear vínculos más sólidos y reales.

Según Ricard pensar solamente en nosotros y en cómo moldear las situaciones para nuestra conveniencia es agotador y estresante. Prueba de ello es nuestra insaciable sed de consumo. Siempre queremos más y nunca estamos satisfechos con lo que tenemos. El hombre contemporáneo tiene inculcada en la cabeza una fórmula poco funcional: más es más. O sea,  más dinero = más consumo = más felicidad.

Dice Ricard que es curioso que los seres humanos pasen tanto tiempo preocupándose por su aspecto y por otras nimiedades externas y que pasen tan poco tiempo trabajando en la mente, la herramienta que más les dará felicidad. Para el monje tibetano la felicidad sólo es posible a través del bienestar perpetuo, y éste se alcanza únicamente con el entrenamiento de la mente.

El bienestar no es una sensación placentera transitoria como la que existe en la adaptación hedónica, –de la cual hablaremos más adelante– sino más bien es un sentimiento de serenidad y realización omnipresente. Es un estado que impregna y subyace a todos los demás. Uno puede sentir este tipo de bienestar aún estando triste o enojado. ¿Cómo es esto posible?

Pensemos en la mente como un inamovible cielo azul por el que transitan distintos entes o situaciones. De pronto puede nublarse y tornarse gris, o de pronto puede verse afectado por una corriente de viento violento. Pero al final el cielo azul nunca cambia, siempre está ahí, sobre las nubes o detrás del viento. Lo mismo sucede con la mente, en un instante puede verse invadida por un sentimiento de enojo o de celos o de ansiedad pero a pesar de ellos la calidad de bienestar siempre está presente.

Cómo pensamos define cómo sentimos. La experiencia que traduce el mundo externo está dentro de la mente. Según el monje francés, existen estados de la mente que pueden conducirnos al bienestar perdurable. Para lograrlo hay que transformar la mente, entrenarla a través de la meditación.

La felicidad caduca. 

La adaptación hedónica es nuestra capacidad como seres humanos a acostumbrarnos a todas las situaciones de la vida cotidiana, ya sean éstas buenas o malas. Nuestra reacción ante el consumismo acaba sacando a relucir la presencia de la adaptación hedónica en nuestras vidas.

Pongamos un ejemplo simple, un individuo común y corriente llamado Juan compra un Jeep último modelo. Su nueva adquisición lo hace sentirse el ser más feliz de la tierra. Esta felicidad es efímera, líquida, transitoria. Después de varios meses de recorrer las calles en el automóvil Juan se acaba acostumbrando y pierde ese sentimiento placentero que experimentó la primera vez que encendió el motor. Poco después Juan quiere volver a ser “feliz”, entonces compra una casa y de pronto regresa la felicidad a su vida, pero como bien sabemos esa felicidad existirá hasta nuevo aviso.

Si comprar no nos hace felices, ¿entonces qué si lo hace? Perseguir un futuro idealizado no está teniendo un efecto placentero en nuestras vidas. Es un hecho que largas jornadas laborales y sueldos deslumbrantes no nos satisfacen como nos gustaría. Nos encontramos atrapados en un círculo vicioso regido por la fórmula de más dinero = más consumo = más felicidad.

¿Es funcional esta fórmula? Es difícil creerlo cuando en el mundo en el que vivimos existe algo llamado Karoshi. Éste es un fenómeno cultural que se ha dado en Japón, en el cual hombres (en su mayoría) mueren por causa de las interminables jornadas laborales.

Puede ser que como individuales nunca lleguemos a esas alturas pero este ejemplo levanta incógnitas alarmantes. ¿El trabajo vale más que una vida? ¿Qué partes de ti estás matando con tus horas laborales? ¿Tus sueños, tus pasatiempos, tus relaciones? ¿Cuánto te está costando tu sueldo?

Cómo decidimos llevar nuestra vida sí influye en nuestra felicidad. 

Según estudios psicológicos, el 50% de nuestra felicidad está definida por nuestros genes, un 10% por nuestro contexto y el 40% restante por nuestras decisiones. El estilo de vida que llevamos es un factor importantísimo que afectará nuestra felicidad por el resto de nuestros días. Volviendo un poco a lo que dice Ricard, nuestra experiencia del mundo nace de nuestro interior, de nuestras acciones y de nuestros pensamientos.

La felicidad (o el bienestar) es un hábito que se construye día con día. Tal como la plantea la corriente del Sidd­ha Yoga, la disciplina es fundamental para alcanzar un estado de liberación. Como ya se mencionó con anterioridad, la meditación es un vehículo que nos acerca a un estado de plenitud y como ésta existen muchas otras acciones o hábitos que literalmente nos pueden hacer más felices. Uno de ellos es el ejercicio ya que éste ayuda a liberar endorfinas.

Las endorfinas son neurotransmisores opiáceos que al ser liberados generan una sensación de tranquilidad en el cuerpo. Éstas tienen la capacidad de disminuir el dolor con más potencia que ciertos medicamentos. Hacer ejercicio, escuchar música, reír, comer chocolate o picante o ver a personas que queremos son algunas de las actividades que liberan endorfinas en nuestro sistema. Incluir actividades que liberen estas hormonas en nuestro cerebro es de gran importancia para mantener la sensación de bienestar en nuestra rutina. 

Minimalismo, un nuevo enfoque. 

Una nueva tendencia en estilo de vida conocida como minimalismo ha llamado la atención de miles de personas alrededor del mundo. Sus seguidores aseguran que han logrado llevar una vida más feliz siguiendo la fórmula de menos es más.

El documental “Minimalism: A documentary About the Important Things” que está disponible en Netflix, habla sobre el éxito de Joshua Fields Millburn y Ryan Nicodemus, dos jóvenes que viajan alrededor de Estados Unidos con la intención de convertir a más discípulos al minimalismo.  En su libro “Minimalism: Live a Meaningful Life” los autores hablan de la importancia de los desapegos y permanecer con lo esencial. Ellos lo han logrado deshaciéndose de todos los objetos que ya no les son útiles, de relaciones tóxicas, de profesiones insatisfactorias, de malos hábitos alimenticios y de todas sus deudas, entre muchas otras cosas.  El objetivo del minimalismo a grandes rasgos es el de reclamar nuestro tiempo y usarlo con un propósito claro, ya que tener un propósito añade valor e intención.

Como parte del movimiento un grupo de personas ha formado “The Tiny Life”, un colectivo estadounidense que se dedica a convencer a la población de que tener una casa diminuta es esencial  para contar con espacios más eficientes y para tener una vida más plena y simple. Además de que la construcción de casas pequeñas también implica mejor infraestructura y menos problemas ambientales, así como una vida con más tiempo y libertad. En el siguiente video puedes conocer más sobre The Tiny Life House Movement.

Conclusiones

Hay una clase de felicidad que sí caduca, la que es líquida y por lo tanto pasajera. Tal como lo define el sociólogo polaco Zygmunt Bauman en su obra, la liquidez se traduce como una fragilidad inherente a la sociedad contemporánea. Para Bauman hoy en día el amor es líquido, el miedo es líquido, la vida es líquida, la sociedad es líquida. La felicidad líquida es aquella que no trasciende, que es intermitente pero nunca permanente. A diferencia del bienestar, que como ya analizamos anteriormente, es un estado perpetuo y constante.

No existe una formula universal que haga felices a todos. Habrá gente que es más feliz siguiendo la fórmula de menos es más y otras que prefieran seguir la que predica que más dinero es igual a más consumo y por consecuencia a más felicidad.

Lo cierto es que el bienestar duradero existe, y éste está ligado con tener una intención subyacente en cada una de nuestras acciones. Para ser feliz constantemente hay que vivir con más intención, con más consciencia y con más apertura. Hay que intentar ser más como la naturaleza, adaptarnos a la única constante de la vida que es el cambio. Aunque ningún año es igual, el calendario siempre parece ser el mismo, pasan puntuales las estaciones, llegan las fiestas de siempre. Nada cambia y al mismo tiempo sí. Hay algo permanente en el cambio orgánico de la naturaleza. Es el cielo azul inamovible, el bienestar que jamás nos abandonará. 

 

 

 

Sé atrevido allá afuera

Acerca de meditar en las alturas