Perdiendo el arte de perderse

Not all those who wander are lost
— J.R.R. Tolkien

Sucede algo curioso con la extinción de las cosas, uno no se entera que sucede hasta que surge una necesidad que teníamos arrumbada en algún rincón polvoso de nuestra memoria. La extinción de los mapas impresos se me hizo presente hace unos días cuando en el supermercado quise comprar uno. Después de preguntar a dos empleados que no resultaron de ayuda, me dirigí al área de libros y revistas con esperanza de encontrar alguna guía de viajes que incluyera uno al final de sus páginas. Con suerte encontré una Guía Roji en una versión más compacta de la que recuerdo haber visto cuando era pequeña. Supongo que el reducimiento es un paso previo a la extinción, las cosas se van encogiendo poco a poco hasta que desaparecen por completo. Volviendo a la triste situación de los mapas, desde mi punto de vista la razón principal por la que la gente ya no usa mapas impresos es por mera pereza y es que existiendo los GPS o apps como Waze y Google Maps para qué complicarse la existencia.

 ¿A quién engañamos? La verdad es que tenemos fobia de perdernos y los mapas impresos nos ofrecen infinidad de caminos enredados y variables que nos son desconocidas y por ende aterradoras. Estos acontecimientos impredecibles pueden alterar nuestra ruta y acelerar nuestra conversión de seres de luz a energúmenos detrás del volante. Así que para la mayoría Waze es un gran invento de la era digital, el pastor de todos aquellos que pasan más tiempo de su vida encapsulados dentro de un automóvil que destapando los misterios de una ciudad caótica. Los mapas digitales llegan en el momento oportuno y disparan como un francotirador calculador en los moribundos mapas impresos haciendo de su extinción un hecho. Y como era de esperarse los acogimos sin darnos cuenta de que en ese momento comenzábamos a perder el arte de perderse.

No me malinterpreten, Waze y otras aplicaciones similares son una maravilla para llegar a lugares remotos o que juzgábamos inexistentes pero por otro lado nos ha afectado de múltiples maneras. Hemos perdido la capacidad de retener rutas o explorar caminos con libertad. Gracias a Waze podemos llegar a cualquier lado sin estar conscientes del recorrido, es como teletransportarse, escuchar unas simples instrucciones y aparecer mágicamente en nuestro destino. He notado que uno puede realizar la misma ruta un par de veces con ayuda de la voz digital que nos guía y calcula en cuántos metros tenemos que doblar y aún así no retener las calles, todo se empaña de un vaho impenetrable. En unos años ya no necesitaremos de un celular para hacer recorridos, los avances de la realidad aumentada abrirán nuevas posibilidades como lo demuestra el prototipo de BMW en donde el conductor sirviéndose de unos lentes podrá seguir un mapa que aparece en el parabrisas de su Mini Cooper, entre otras tantas maravillas similares a lo propuesto ya hace unos años por los lentes de Google.

Nadie puede negar que estos avances son impresionantes y más que nada prácticos. Tal como lo define Keiichi Matsuda, el gran avance de la realidad aumentada es transportar el mundo virtual al mundo real, incrustar lo digital en la ciudad y al mismo tiempo en lo doméstico*. Esa transición que experimentamos actualmente de la realidad virtual a la realidad aumentada abre un mar de posibilidades y a su vez un mar de extinciones. Pasa con los mapas, con los calendarios, con los libros, etc.

La vida se vuelve más fácil y es en está facilidad donde también cabe la posibilidad de desarrollar una amnesia crónica. ¿Cuántos de ustedes recuerdan la fecha de cumpleaños de más de 5 amigos? ¿Cuántos recuerdan más de cinco números telefónicos o por lo menos el número de celular de su pareja? Yo tardé más de dos años en aprenderme mi número reciente y si no fuese por Facebook no recordaría la mayoría de los festejos de mis amigos, ya ni digamos de los recorridos que he realizado por la ciudad. Vivimos en un limbo, en un mundo con tendencias minimalistas, a través de un gadget aparece todo, incluso la funcionalidad de nuestro cerebro. ¿Me pregunto algo mortificada qué pasará con el arte de perderse? ¿Con las anécdotas de los extravíos? Sabiendo llegar a todos lados, ¿Será que hemos perdido la capacidad de valorar los recorridos y lo inesperado que brota de ellos?

* http://km.cx/projects/domesticity-the-dislocated-home-in-augmented-space/

Acerca de meditar en las alturas

El café es el templo de la lucidez