Acerca de lo palpable

En esta época en la cual nos rodeamos de contenidos espectrales, valoramos más ciertos objetos que ya estaban descartados por la historia. ¿Será qué nos golpea el vaho denso de la nostalgia? De esa que describe Fernando Pessoa en el Libro del desasosiego, la cual consta en añorar profundamente las cosas que no hemos vivido. Me pregunto si esta nostalgia se puede considerar cómo un factor de peso en el reciente crecimiento de ventas en formato de vinilo –también conocido como LP– o si éste está vinculado con nuestra necesidad por volver al sentido del tacto, del cual carecemos cada vez más con el establecimiento de lo digital.

La popularidad de los vinilos se debe a que un nicho específico de consumidores no le basta la gratificación instantánea de la música digital ofrecida por servicios como Spotify, Sonos, Soundcloud, etc. La temporalidad y la espacialidad son dos de los factores más atrayentes para comprar música en un formato físico. El LP hace alusión a long play, ya de antemano su definición agenda una cita en la cual al oído se le exige un esfuerzo extra. No es casualidad que de esta forma retengamos con facilidad el lado A y el lado B, el orden de las canciones se imprime en nuestro cerebro y cuando escuchamos esa cronología recordamos momentos placenteros, sucede algo similar a cuando un olor nos traslada a un lugar del pasado o invoca a alguien de manera tan nítida que podemos sentir su respiración lejana y espectral rozar nuestra nuca.

El gusto hacia los vinilos está relacionado a la transgresión de nuestra zona de confort. Al comprar un LP nos vemos obligados a ir a un local y retomar la experiencia del tacto cuando elegimos uno frente a otro, así la compra se ve afectada por factores como el diseño de la portada, los colores, el peso, etc. Esta experiencia es tan fetén que nos volvemos adictos, no tanto al consumismo como a nuestro instinto innato de coleccionistas. Sirve poco negar nuestra obsesión por las colecciones, por lo palpitante que se apila en nuestras estanterías.

Además de lo social lo digital también afecta lo doméstico, todo parece indicar que las paredes de nuestras habitaciones se pintarán de un blanco de aeropuerto donde nada perdura frente al minimalismo tecnológico. Entonces vuelve la nostalgia y me aferro a ella con fuerza, sé que la batalla final la ganará lo digital. Pero mientras eso pasa palpo con una sonrisa los vinilos de jazz que alguna vez pertenecieron a mi abuelo y los escucho en la antigua tornamesa de mi padre. Entonces pienso en mi pretérita herencia palpable y me decido a seguir comprando elepés. A veces me aterra pensar que lo virtual acabará por derretir mis huellas por completo.

El café es el templo de la lucidez